CHAVEAS

¿Quién no ha visto nunca alguna de esas hordas de adolescentes en motocicleta que llegan de los pueblos de la vega de Granada para aparcar en Pedro Antonio y luego desaparecer como un enjambre? Conforman un fenotipo similar al de otros jóvenes del extrarradio granadino, pero tienen algo diferente, algo que no es rural exactamente, pero casi. Su cultura solemos asumirla con una mezcla de cliché y distancia: gran impronta del cielo abierto, virilidad malentendida, códigos de banda pseudokinki, posturas de hachís en los bolsillos, y la Rieju o la Puch Cóndor haciéndose notar por donde pasan. Poco suele haber de verdad en lo que se mira desde lejos, pero como Alfambra fue uno de esos jóvenes en los noventa, a la ficción que es Chaveas podemos añadirle una indefinida dosis de veracidad documental. En realidad será lo de menos, pues lo que nos importa en una novela está aquí más que definido: la prosa exacta y el gran pulso literario.